- 13 diciembre, 2011
- Publicado por: Francisco
- Categoría: El Círculo
La mejora de la eficiencia es un factor fundamental de competitividad, aún más importante en épocas de crisis. Y a esa mejora de la eficiencia se llega aumentando los ingresos o reduciendo los costes de las empresas. Son conceptos muy claros para todos los empresarios y directivos pero la presión hace que, en ocasiones, no se vislumbren con claridad los instrumentos más adecuados para que los dos elementos evolucionen correctamente.
Es frecuente que esas mejoras de eficiencia se aborden casi exclusivamente desde la reducción de costes, cuya capacidad de gestión es a menudo limitada y siempre tiene límites por debajo de los cuales se afecta directamente a la calidad del producto o servicio y, por tanto, se atenta contra el largo plazo de la compañía.
La cualificación de la plantilla, su compromiso con la empresa, están en la otra parte, en la de la mejora de los ingresos. Y esto exige políticas activas de recursos humanos centradas en la persona, en sus capacidades, en sus actitudes y sus aptitudes, en su conocimiento global de la compañía, de los objetivos, en la importancia de su aportación para la consecución de los objetivos comunes, … y en ocasiones no prestamos la atención suficiente a los recursos que como empresarios debemos poner a disposición del sistema para que los empleados estén siempre en perfectas condiciones para mantener la competitividad de la empresa.
Me refiero concretamente a la formación continua del personal, que es frecuente que las empresas la consideren como un gasto en lugar de una inversión, lo que implica que en tiempos difíciles sea una de las primeras actividades a reducir, lo que puede llevar a pérdida de cualificación, peor servicio, reducción de la competitividad, … a entrar en una espiral de difícil salida.
Y también es cierto que no siempre desde los empleados se ve con claridad la utilidad de la formación, que en muchas ocasiones se asocia con una carga adicional al trabajo en lo que creo que es una visión muy corta de la actividad laboral. Hace 30 años, con los conocimientos adquiridos antes de acceder al mercado de trabajo y prácticamente con la actualización inconsciente en el puesto de trabajo, el empleado podía desarrollar una actividad laboral razonable. Hoy, la velocidad a la que se mueve el mundo, los cambios continuos en el entorno social y empresarial, hacen que los conocimientos adquiridos pierdan vigencia en muy pocos años, cuando no en pocos meses, lo que exige una actualización constante de todos los trabajadores si quieren seguir teniendo oportunidades.
La formación continua en la empresa, por tanto, es un instrumento de los que podemos considerar “gana-gana”: el empleado mejora su empleabilidad, su capacidad para progresar en el mercado de trabajo; y la empresa mejora su capacidad de competir.
Y si este es un tema que entiendo que es claro, se entiende mal que las empresas, especialmente las Pymes, desaprovechen las oportunidades que ofrece la formación bonificada a través de la Fundación Tripartita para la Formación y el Empleo, según destaca un reciente estudio de la Federación Nacional de Asociaciones de Consultoría, Servicios, Oficinas y Despachos (Fenac), «sólo el 8,6% de las pymes de nuestro país acceden al sistema de formación bonificada, lo cual exige tomar medidas para acercar la formación a nuestro mayoritario tejido productivo», explicaba su vicepresidente.
En opinión de Fenac, «la inversión en formación es necesaria para cualquier compañía independientemente de su tamaño, pero en la coyuntura actual, aún más para las pymes, porque la formación es el vector clave de la economía del conocimiento, a la cual debemos aspirar para la supervivencia de las empresas en la situación económica vigente. Es necesario invertir más en formación para estar mejor posicionados en mercados de alto valor añadido».
Desaprovechar las oportunidades que ofrece la Fundación Tripartita es un lujo que no deberíamos permitirnos y a las que en ocasiones no llegamos por exceso de burocracia en la tramitación de las subvenciones, o simplemente por desconocimiento de las mismas. Estas son dos vías de mejora que la Administración debería asumir como un reto para ayudar a las Pymes a ser más competitivas.