- 4 noviembre, 2013
- Publicado por: Enrique Javier Fur
- Categoría: El Círculo
Vivimos en un mundo global, interconectado y muy competitivo, en el que –como hemos repetido de diferentes maneras en este blog- el beneficio económico no puede ser la única medida del éxito de una compañía.
Las empresas necesitan obtener beneficios económicos, sin duda. Es su única forma de sobrevivir y aproximarse a su misión, cualquiera que sea. Pero ese beneficio económico, para ser sostenible, debe basarse en una gestión y una realidad empresarial que se sustente sobre tres pilares básicos en la función empresarial: los empleados, los clientes y la sociedad entendida en sentido amplio (todos los demás grupos de interés en la compañía: accionistas, proveedores, administraciones, comunidad –especialmente la más próxima, aunque con la globalización y el impulso de las tecnologías de la información y las comunicaciones, construir una reputación global o, al menos, una reputación positiva que avance y se extienda con la empresa, es fundamental- etc.).
De manera que el beneficio económico, para ser sostenible como decía, debe construirse sobre empleados comprometidos, clientes satisfechos y entorno que entienda y valore el compromiso social de la empresa y su propuesta global y específica de valor compartido.
Decía en mi post anterior sobre la salida de la crisis que un factor imprescindible de sostenibilidad de aquí en adelante será, sin duda, la ética en los negocios. Y es tremendo que tengamos que dar un valor especial a este concepto, cuando debería estar en los fundamentos de cualquier proyecto empresarial. Nada es sostenible si se hace contra algo o contra alguien. La sostenibilidad exige compartir, crecer juntos.
Ese sigue siendo el camino, que ahora identificamos más específicamente en lo que conocemos como responsabilidad social corporativa o empresarial, que no es otra cosa que la integración voluntaria, por parte de las empresas, de las preocupaciones laborales, sociales y medioambientales en sus operaciones comerciales y sus relaciones con todos sus interlocutores (accionistas, empleados, clientes, proveedores y sociedad en general), más allá del cumplimiento estricto de la legislación aplicable.
No se trata, pues, tanto de promover acciones esporádicas de patrocinio o marketing con causa (campañas a favor de causas sociales vinculadas a la venta de productos por la empresa), como de integrar los conceptos de sostenibilidad y solidaridad en la actividad diaria de la empresa y en sus objetivos a largo plazo, procurando la creación de valor compartido con todos sus grupos de interés; lo que, adicionalmente, contribuirá a conformar una reputación corporativa como consolidación de una imagen de marca positiva construida sobre un comportamiento excelente en el tiempo, que actuará como catalizador de unas relaciones fluidas empresa/entorno, base de la fidelización de clientes y proveedores, integración social y consolidación de la empresa.
Esta visión de la empresa construida sobre valores positivos y comprometida con su desarrollo armónico con la sociedad –independientemente del tamaño de la compañía, cada uno en su dimensión-, en la que es una figura central, alejada de burbujas y búsqueda del beneficio fácil y a corto plazo –que están en los cimientos de la crisis actual- es, por tanto, otra pieza fundamental para definir el modelo a seguir, que en mi opinión es ya el que la sociedad demanda y aún demandará más en el futuro.