- 7 mayo, 2013
- Publicado por: Enrique Javier Fur
- Categoría: El Círculo
Nuestra crisis es económica, sin duda, pero esto es solo la consecuencia de una realidad mucho más profunda relacionada en gran medida con los valores que han dirigido la evolución de nuestra sociedad en los últimos años.
El valor para los accionistas como prioridad máxima (y en ocasiones casi única) de compañías que han sido referentes empresariales, ha orientado una gestión con derivaciones poco sostenibles y menos coherentes con el apoyo mutuo necesario para asegurar un crecimiento equilibrado en términos sociales.
Es cierto que la apertura de los mercados trajo el incremento de la competencia como un factor nuevo con el que había que convivir, pero en armonía. Y en lugar de apostar por el equipo como principal argumento competitivo y único sostenible en el tiempo, optamos por el corto plazo, por el personalismo, por un liderazgo casi apostólico, indiscutible y que no veía más allá del resultado inmediato. Una sobrevaloración de las capacidades del líder que ha terminado dándose de bruces con la realidad: nadie es mejor que la suma de las capacidades y el esfuerzo compartido de los equipos.
Aquella situación de exigencia de resultados a corto, de crecimiento a costa de lo que fuese, de crecimiento poco coherente con el entorno, ha tenido efectos muy dañinos en dos elementos clave en la gestión empresarial: una pérdida considerable de confianza entre todos los grupos de interés en las empresas (directivos, empleados, clientes, proveedores, grupos sociales en torno a la empresa, …), y la instalación de una especie de egoísmo en la gestión que tenían una salida difícil diferente a esta crisis en que seguimos inmersos.
Ese concepto que comentaba de creación de valor para el accionista casi como única prioridad es uno de los que ha propiciado, al menos en parte, esos dos errores de gestión que tanto han influido en esta crisis; y como la mejor forma de resolver un problema es identificar sus causas y corregirlas desde el inicio, este diagnóstico podría comenzar a darnos pistas para romper la espiral negativa en que nos encontramos:
– Pérdida de confianza, en tanto que los resultados a corto sin visión sólida y compartida se producen en muchas ocasiones como consecuencia de extensión en la empresa de una cultura orientada al beneficio de manera agresiva marginando al cliente –y al proveedor, y al entono social, …-, que es el juez más inflexible del valor de la empresa en el tiempo.
– Egoismo en la gestión, con sobrevaloración de la figura del directivo y la asignación de retribuciones a la alta dirección vinculadas al valor de la empresa a corto plazo, sin contemplar los compromisos futuros que esa gestión pudiera acarrear.
Y aunque seguro que tenemos que hacer muchas más cosas para volver a la senda del progreso, comenzar recuperando el concepto de equipo tanto en el interior de la empresa como en la relación con sus stakeholders, redescubrir la misión a largo plazo, el compromiso, el concepto gana-gana con los empleados, los clientes, los proveedores; la responsabilidad social corporativa, la creación de valor, en definitiva, para todos los grupos de interés en la empresa con una orientación de sostenibilidad que trasciende las reacciones a corto plazo que han presidido muchas de las relaciones de los años de la tristemente famosa burbuja, es una forma de comenzar a reconstruir el edificio del progreso sobre las bases sólidas que nunca debimos abandonar.