- 22 julio, 2013
- Publicado por: Enrique Javier Fur
- Categoría: El Círculo
La situación en España, con una tasa de paro en torno al 27% de la población y un consumo interno deprimido y sin visos de mejorar a corto plazo, lleva a que la salida de las empresas españolas al exterior pase de ser una opción a convertirse casi en una obligación, mejorando las posibilidades de crear valor para todos sus grupos de interés aprovechando las oportunidades de la globalización.
Y aunque vamos avanzando, todavía estamos lejos de los que sería razonable para España: según datos del ICEX, en 2011 solo un 3,8% de nuestras empresas exportaban, y solo el 1,2% lo hacían regularmente, tanto por nuestra escasa cultura internacional como por el tamaños de nuestras empresas (el 95% son PYMES y Autónomos, con mayores dificultades objetivas para la internacionalización).
Tenemos, por tanto, mucho recorrido, y tenemos que aprovecharlo porque el sector exterior, aun habiendo notado también la crisis (en 2009 las exportaciones cayeron un 15%), sigue siendo uno de los pocos motores de la economía española que no se ha parado.
Adicionalmente, esta escasa relación internacional se concentra en la Unión Europea (67% del valor total de nuestras exportaciones) y muy poco en economías emergentes, lo que dificulta el crecimiento porque nos relacionamos con mercados muy maduros, con escaso o nulo crecimiento, y muy saturados (aunque cualquier actividad empresarial puede ser internacionalizada como muestran las grandes empresas globales, una encuesta reciente realizada por Deloitte entre 170 directivos de empresas internacionales, demuestra que la venta (84%) y la compra (66%) de productos y servicios son las más frecuentes).
Es imprescindible, por tanto, aumentar el tamaño de nuestra base exportadora y diversificar la actividad hacia mercados menos maduros y con mayor potencial de crecimiento.
Y hacerlo bien. Con visión estratégica, sin expectativas de retorno inmediato, con un equipo con mentalidad internacional (idiomas, cultura del país de destino, expectativas de clientes objetivo, ventaja competitiva que proponemos, …) teniendo en cuenta, además, que la estrategia óptima –tal como se apunta en el cuaderno CEDE “Internacionalización empresarial, argumentos y estrategias para el directivo”- pasa por alcanzar el equilibrio entre dos extremos opuestos: la adaptación local y la estandarización global, que conviven en tensión. Una adaptación local total es difícil, costosa y no permite la explotación de economías de escala; pero lo contrario, una oferta estandarizada a nivel global, no funciona porque cada mercado tiene singularidades que hay que comprender y satisfacer si se pretende tener éxito (“piensa global, actúa local”).