- 28 octubre, 2013
- Publicado por: Enrique Javier Fur
- Categoría: El Círculo
“La relación entre las empresas y la sociedad ha cambiado, pasando de ser una relación contractual a ser una relación de confianza.
En una relación de confianza, aquel en que se confía debe pensar, en primer lugar, en los beneficios de quien le otorga dicha confianza. Los beneficios de la empresa deberían ser consecuencia del respeto a los beneficios obtenidos por la sociedad”. Iwao Taka, catedrático de la Universidad de Reitaku.
Tras el análisis reposado de los factores que aceleraron y amplificaron la crisis en que estamos inmersos, y que en alguna ocasión en el blog he identificado más con una crisis de valores que con una crisis puramente económica –sin desdeñar, en absoluto, el tremendo impacto que ha tenido y sigue teniendo sobre nuestra economía y gran parte de las economías occidentales-, la preocupación por las cuestiones éticas se ha extendido de manera importante en la práctica empresarial, tanto por convicción de las propias empresas como, en muchos casos, por presiones de la sociedad que cada vez es más exigente y vigilante con la actividad empresarial, que ya no se puede limitar a producir bienes y servicios de manera eficiente; la sociedad exige de las empresas un componente ético que contemple la responsabilidad social con sus grupos de interés en un sentido amplio en todas sus actuaciones, más allá de las exigencias legales.
Factores como la globalización, la pérdida de confianza depositada en determinadas empresas o en sectores enteros –la relajación de determinados valores, que comentaba al principio del post-, o la necesidad de armonizar los intereses globales de la empresa con los de cada uno de sus grupos de interés internos y externos, han impulsado también que la ética empresarial (valores, normas y principios que pretenden facilitar una mayor sintonía de la empresa con la sociedad a través de la búsqueda del progreso conjunto) pase a un primer plano en el contexto empresarial.
La ética, por tanto, es un concepto que más allá de un valor adicional a la actividad empresarial, trata de impregnar todas las actividades, programas, actitudes de la empresa y sus personas. Es un enfoque de gestión; es dirigir y administrar teniendo en cuenta a los accionistas pero también a los clientes, a los empleados y a la sociedad en general; es valorar dimensiones y percepciones que compensarán con una relación a largo plazo basada en la confianza y la lealtad entre todas las partes que confluyen en la realidad empresarial.
Frente a los indicadores tradicionales de volumen, margen y ventas, por citar algunos, tan asentados y fáciles de interpretar, el terreno ético es intangible, no existen indicadores claros y sólo se aprecian los resultados en el medio y largo plazo, frente a la inmediatez de los indicadores tradicionales.
Y sin embargo, la visión de corto plazo de determinados bonus de directivos vinculados a los indicadores financieros, ha sido el polvo que nos ha traído en muchas ocasiones el lodo en forma de crisis, promoviendo malas prácticas que se justificaban y perpetuaban por estar basados en la consecución de objetivos, en el crecimiento rápido y poco planificado. Los escándalos empresariales que hemos visto a lo largo de la historia reciente son reflejo de esta falta de políticas de integridad, o de incumplimiento sistemático de códigos éticos o de conducta.
Por el contrario, un modelo de empresa basado en la construcción de un proyecto a medio y largo plazo sobre relaciones sólidas y éticas con el cliente, con el empleado y con todos los grupos de interés, resulta, además de una fuente sostenible de beneficios, la mejor defensa ante las crisis que seguirán ocurriendo, y el mejor argumento para salir de ellas cuando se producen.