- 29 febrero, 2012
- Publicado por: Francisco
- Categoría: El Círculo
En el post anterior hablaba de la organización informal, que necesariamente existe en todas las empresas como consecuencia tanto de nuestra necesidad de establecer relaciones sociales, como de la imposibilidad para la empresa de regular todas las interacciones que ocurren en su interior.
Por otra parte, la velocidad de los cambios que se producen en el entorno competitivo de las empresas –máxime cuando estas tienen centros físicamente dispersos-, hace que sean necesarias reacciones rápidas de sus directivos y de sus empleados ante situaciones no previstas con antelación. Es necesario, por tanto, que existan pautas, criterios generales capaces de orientar la acción de toda la compañía también en esos momentos de incertidumbre.
La ventaja competitiva -que es un objetivo de todas las empresas para definir una posición en el mercado que les permita una identificación clara y positiva por parte de sus clientes actuales y potenciales-, para que sea sostenible en el tiempo, es necesario que se construya sobre elementos intangibles, más difíciles de copiar, y éstos acaban teniendo siempre que ver con las personas de la empresa, sus capacidades, sus formas de hacer y de relacionarse, sus formas de reaccionar frente a los estímulos internos y externos; esto es, su cultura empresarial, que podríamos definir como la “personalidad” de la empresa, sus formas de hacer y de reaccionar ante los estímulos del entorno, la manera en que la empresa fija sus prioridades.
Evidentemente, el logro de beneficios suficientes es condición necesaria para la supervivencia de una empresa, pero ¿cómo pretendemos alcanzarlos?, ¿reforzando la importancia del cliente? (“ocúpate de tus clientes, que ellos se ocuparán de tus resultados”); ¿mejorando sistemáticamente nuestros costes? (lo que nos permitirá ajustar el precio y por tanto mejorar nuestro margen unitario; o reducir precios, aumentar las ventas y mejorar nuestro margen global); ¿apostando claramente por la innovación para abrir y liderar mercados? (“el que da primero, da dos veces”); etc.
Si la respuesta (o las respuestas, que pueden ser múltiples) a esa pregunta está muy clara y es compartida por todos los miembros de la organización, desde el Presidente hasta todos los empleados, se irá consolidando una forma de hacer, casi una forma de ser empresarial que sobrevolará por todas las actividades de la empresa, dándole un carácter que trascenderá a la propia organización y fijando una imagen reconocible por la sociedad, de manera que si esa imagen es acorde con los principios y las expectativas sociales, sin duda contribuirá a que la empresa pueda avanzar por el camino correcto.
Se trata, por tanto, de un concepto, de un elemento cualitativo, pero tan importante, tan decisivo, como el que más en la gestión actual de las empresas, capaz de aportar ventajas importantes cuando está arraigada, es compartida y acorde con la realidad y las expectativas de la sociedad en general y de nuestro público objetivo en particular. Expectativas a las que tiene que ir adaptándose progresiva y permanentemente (son muy improbables los cambios bruscos en la cultura de una organización, salvo traumas que obliguen a una modificación rápida en los comportamientos), para que se convierta realmente en un instrumento capaz de aportar valor a la propia empresa y a la sociedad.