- 18 noviembre, 2013
- Publicado por: Enrique Javier Fur
- Categoría: El Círculo
Hace unos días tuve la oportunidad de asistir a la Jornada Anual CEDE 2013, que se desarrolló en Málaga con el lema “Estrategias para la recuperación: el valor del directivo” y sobre todos los temas interesantes que se trataron, destacó especialmente el concepto de confianza como motor de esa deseada recuperación.
Y por fin parece que empieza a haber consenso. No se habla de brotes verdes, que es un concepto desgastado de tanto usarlo en estos últimos años con no demasiado fundamento, sino de optimismo cauteloso sobre las perspectivas de la economía española, según lo definía Isidro Fainé en la clausura, recogiendo las percepciones manifestadas a lo largo de la jornada por prácticamente todos los participantes, tanto nacionales como extranjeros (en este último caso inversores relevantes, que empezaban a apreciar síntomas positivos en nuestra economía que volvían a hacerla objeto de deseo de capital extranjero).
Tal como apuntaban estos inversores extranjeros, ya no hay desconfianza global en el país. Existe capital para invertir en España en proyectos viables y con equipos profesionales: con equipo directivo capacitado, con visión de futuro, comportamiento transparente y ético, como apuntaba uno de los inversores (el consejero delegado, decía otro de los participantes en la mesa, transmite más que el balance de la empresa), o sentido común en la generación de valor, en palabras del moderador de esa mesa de inversores, Fernando Barnuevo.
Pero aún hay muchos retos pendientes y enseñanzas que debemos interiorizar para evitar cometer errores pasados. Entre los primeros, el más importante sin duda es el de iniciar un proceso consistente de creación de empleo de calidad, única forma de asegurar una recuperación sólida no de la economía global, sino de cada una de las empresas y de cada una de las personas de nuestro país (en realidad, esto es de Perogrullo aunque habitualmente hacemos el planteamiento al revés: es la recuperación de las empresas la que propiciará la de las personas, y todos juntos, personas y empresas, la del país. La función de las diferentes administraciones es la de actuar como facilitadores de esa solución).
El problema estriba en cómo creamos empleo de calidad, estable, atractivo, … productivo. La clave está, en mi opinión, en la visión clara del cliente, la focalización en los negocios adecuados (combinación óptima de productos y mercados) y en la mejora continua de la productividad, con el objetivo no tanto de competir en precio como en calidad, diferenciando positivamente nuestra solución a las expectativas del cliente (no vendemos productos, sino emociones, satisfacemos necesidades expresas o tácitas de los clientes).
Y entre las enseñanzas de la crisis, una muy importante que nos afecta en tanto que líderes y por tanto primeros responsables de la evolución de las empresas que dirigimos, es la orientación al largo plazo también en todas las políticas y prácticas de gestión de los recursos humanos de la compañía, y de manera específica en los criterios de retribución especialmente de los directivos, que nunca deberían centrarse en el corto plazo y en el individuo, al menos en su parte fundamental, sino en el largo plazo de la empresa y en el trabajo del equipo (el crecimiento descontrolado a corto plazo, impulsado por incentivos inmediatos e individuales ha sido el causante de deterioros empresariales en ocasiones irresolubles, incluso en el deterioro de sectores enteros que no son fáciles de recuperar).
Pero de estos temas seguiré hablando en próximos posts.