- 19 abril, 2012
- Publicado por: Francisco
- Categoría: El Círculo
Los entornos a los que se enfrentan la mayor parte de las empresas, decía en el post anterior, son extraordinariamente dinámicos, se mueven a gran velocidad que muchas veces ni percibimos porque también nosotros –y las empresas- estamos sujetos a esa misma dinámica. Como hemos dicho en anteriores ocasiones, vivimos en el cambio; ese es realmente el signo de nuestro tiempo.
La globalización, la internacionalización de la economía, la deslocalización de empresas, la creación de mercados y entes políticos y administrativos supranacionales, el impacto de las nuevas tecnologías –especialmente las asociadas a internet-, o la aparición de nuevos competidores muy eficientes, han contribuido a un aumento considerable de las exigencias y el poder de los clientes, que cada vez más piden productos y servicios de mayor calidad a menor precio, lo que hace imprescindibles mejoras continuas en innovación y eficiencia en las empresas para seguir siendo competitivos… Son factores en muchos casos nuevos, al menos para un gran número de empresas, que tienen que manejar correctamente para mantenerse en el mercado.
Y todo ello tiene consecuencias importantes en la estructura, en la forma de relación entre las partes de una empresa para dar respuesta a esas exigencias del entorno (clientes, proveedores, competidores, …).
Exigencias que pasan, como decía, por estructuras en gran medida orgánicas, capaces de adaptarse a esos cambios en el entorno, capaces de combinar la eficiencia (parte mecánica de la estructura, apta para fabricar a costes muy ajustados productos estandarizados para mercados masivos) con la adaptación al cliente (parte orgánica, útil para personalizar un producto a las necesidades específicas de un cliente concreto o un pequeño segmento de clientes), dando lugar a organizaciones matriciales, y cada vez más a organizaciones en red.
Esa necesidad comentada de aunar eficiencia y personalización está llevando a muchas empresas a centrarse en aquello en lo que realmente son especialistas, en aquello en lo que son capaces de aportar valor diferencial (recientemente leía una reflexión de Javier Megías con mucho sentido en el mundo empresarial actual: «no debemos ser los mejores, ni lo más baratos, debemos ser ÚNICOS»), lo que obliga a entrar en contacto con otras empresas para componer juntas una oferta de valor diferencial, ese producto único (o al menos el producto más adecuado) para su segmento objetivo de clientes.
Desde luego, la apertura de la mente, la innovación, no tiene que ver solo con el producto. También la estructura exige esa adaptación constante que facilite a la empresa situarse en la mejor posición competitiva en cada momento.