- 29 diciembre, 2011
- Publicado por: Francisco
- Categoría: El Círculo
En 1997 –no hace más que 14 años, aunque eso en tiempos de internet parece una eternidad- Derrick de Kerkove, en su libro “Inteligencias en conexión: hacia una sociedad de la web”, hablaba del gran impacto que internet iba a tener en nuestras vidas con sus tres características que para entonces parecían aún revolucionarias:
– Interactividad. Hoy la web 2.0 es una realidad completa, pero entonces estaba solo en la imaginación de algunos avanzados. En este tiempo, internet ha pasado de ser un canal de información unidireccional a un canal transaccional, en que todos los participantes comparten, contrastan, opinan, operan, interactúan.
– Hipertextualidad. Los enlaces a otras páginas, que conforman la verdadera tela de araña que es la web, hoy forman parte de un paisaje que parece que siempre estuvo ahí, aunque hace 14 años todavía parecían casi magia.
– Conectividad. Capacidad de conexión desde múltiples activadores, desde todas partes y a todas horas.
Son características que, tal como aventuraba de Kerkove, han cambiado muchos conceptos y prácticas muy arraigadas en la sociedad, tanto desde el punto de vista social como económico o empresarial.
Las redes sociales, la inmediatez de la información, la necesidad de discriminar, la rápida evolución del conocimiento, la modificación en los hábitos de una parte importante de la población, las formas de aprender, … son algunas de estas consecuencias sociales.
Consecuencias que impactan igualmente de manera muy importante en las empresas, tanto en el incremento de la competencia como en la posibilidad de conseguir ganancias de eficiencia (mejores resultados con menores constes relativos de operación) o redefinir y mejorar en gran medida los procesos de de distribución y comercialización (comercio electrónico con particulares –B2C- y entre empresas –B2B-).
Este éxito tan rápido en la adaptación de las nuevas tecnologías se produce fundamentalmente porque trabajan con un recurso fundamental –hoy input imprescindible para cualquier empresa-, la información, que es inmaterial, ilimitado y compartible (si dos personas tiene un coche cada una y lo intercambian, siguen teniendo un coche cada una, pero si dos personas tienen una idea cada una y las intercambian, cada persona pasa a tener dos ideas), lo que puede ser objeto de algún tipo de exclusión social, como apuntaba por aquellos años Joan Majó –aunque afortunadamente se ha trabajado bien en tratar de evitar esta que podría haber sido una nueva vía grave de exclusión social-, señalando tres tipos posibles de marginación:
– Geográfica, lo que hacía imprescindible el diseño de redes que cubrieran todo el territorio para evitar que por razones de ubicación, se careciera de acceso a internet. Afortunadamente, básicamente resuelta en nuestro país.
– Económica, desde la gratuidad inicial de todo en la red, a la valorización progresiva en términos de coste para el usuario, cuya regulación tiene sentido aunque sea un problema aún no resuelto y que estos días está más que nunca sobre la mesa por las intervenciones de representantes de la administración –el propio ministro de Cultura- todavía no concretas del todo, pero que apuntan a la necesidad de proteger la propiedad intelectual también en internet, ya que en otro caso se limitarán las aportaciones de los creadores, que deberán dedicar más tiempo a actividades más rentables.
– Intelectual, que es una limitación que, aunque matizada, sigue existiendo y no será fácil de erradicar completamente, ya que esta vía de marginación apuntada por Joan Majó, se refiere a tener las habilidades necesarias para el uso de la tecnología (que es casi intuitiva para los más jóvenes, pero de asunción mucho más difícil para los mayores de 45 años) y la capacidad de discriminación de la información y elección correcta, porque en la sobreabundancia de información que ahora tenemos hay de todo: buena, regular y mala información, y existe una cierta tendencia a asumir que lo que está escrito es cierto, lo que –como sabemos- está en muchas ocasiones alejado de la realidad.
Vías de exclusión, por tanto, muy matizadas a estas alturas pero que no podemos obviar, que sobre todo la marginación intelectual se evita con formación continua expresa e implícita en nuestras relaciones sociales.