- 29 diciembre, 2013
- Publicado por: Francisco
- Categoría: El Círculo
Con la flexibilización del mercado de trabajo que propicia la Reforma Laboral, se ha pretendido dotar de herramientas al mercado –especialmente a las empresas- que favorecieran la adopción de medidas alternativas a la destrucción de empleo para combatir épocas de crisis.
Parte de una base que tiene sentido: la confianza de los empresarios en que, en caso de ser necesario, se puedan pactar con facilidad medidas de ajuste interno que apoyen la continuidad de la empresa, es un elemento que debe facilitar la creación de empleo o, al menos, limitar su destrucción.
Un problema importante, seguramente, es que se ha puesto en marcha en un momento difícil, cuando mayor era la sensación de urgencia en reducción de costes por parte de las empresas, lo que se ha traducido en reducciones drásticas de plantillas que el futuro mostrará en algunos casos inadecuadas por sus efectos en la desvinculación mental del trabajador –incluso del que se queda- con la empresa. Y sin esa conexión, no hay futuro.
Comienzan a aparecer síntomas de que la crisis puede estar tocando fondo, y empezamos a ver una pequeña luz que se apagó en 2007 y que hasta ahora no había emitido rayos que nos dieran esperanza.
Pero los síntomas son aún débiles, muy asociados al turismo y a la internacionalización (fundamentalmente exportaciones) de empresas españolas, aunque todavía no tienen un reflejo claro en el consumo interno debido principalmente a la lenta evolución del empleo, con tasas de desempleo superiores al 25% de la población activa, lo que resulta difícilmente compatible con esa recuperación que deseamos.
Profundizar en hacer más precario el mercado laboral por la vía de los salarios creo que no es una solución sostenible socialmente, ni siquiera eficiente a medio plazo para las empresas que apostaran por esa vía, ya que correrían el riesgo de desvincular a su activo más importante: las personas. Estaría en la línea del “pan para hoy y hambre para mañana”, muy asociada a estrategias de costes para competir fundamentalmente por precio. Y aportaría poco al futuro del país al profundizar en la salida del talento, reforzando nuestra identificación como competencia de países emergentes fundamentalmente en producción de bajo coste. Y esa es una espiral peligrosa.
Nuestra apuesta más sostenible debería estar en la innovación, el talento, la calidad, la gestión, la mejora de la eficiencia que sin olvidar los costes apuesta por aportar valor.