- 8 enero, 2013
- Publicado por: Francisco
- Categoría: El Círculo
En distintos momentos y desde perspectivas diferentes, en este blog, hemos incidido en la diferenciación como clave del éxito de las empresas, especialmente en tiempos en que la decisión de compra está cada día más claramente del lado del cliente que, con la transparencia que incorpora a las transacciones comerciales la Sociedad de la Información en que vivimos, tiene todos los argumentos y todas las oportunidades para elegir en cada momento la empresa y el producto/servicio que mejor se adapta en orientación, calidad y precio a sus expectativas.
El objetivo de cualquier empresa, por tanto, es el de conseguir de manera muy eficiente ocupar un “espacio de mente” positivo en cada uno de sus clientes objetivo en el momento en que éstos tienen que decidir sobre la adquisición de un producto en los que compite la empresa.
No es un tema fácil ya que el concepto de fidelidad se ha desvirtuado mucho con esa transparencia y amplia competencia comentadas.
Debemos ser los mejores en la mente del cliente, al menos en los factores decisivos de cada compra, y serlo permanentemente, lo que apunta a que no podemos hacer las cosas “como siempre las hemos hecho”, porque eso nos llevará a perder el tren del progreso que estarán marcando nuestros competidores.
La mejora continua, por tanto, se configura como una herramienta fundamental de gestión en cualquier empresa que quiera tener éxito. Pero esto ya no es diferencial. Es solo un valor que tenemos que suponer a cualquier empresa que quiera perdurar en el tiempo.
Debemos ser capaces de posicionarnos en una realidad que muestre a los clientes no solo que nuestro producto resuelve de manera adecuada sus necesidades, sino que lo hace, además, de manera sostenible y comprometida con el progreso de la sociedad.
En este punto, el compromiso medioambiental de la empresa es una obligación, pero también una oportunidad competitiva.
La primera razón por la que las empresas deben prestar gran atención al medio ambiente tiene que ver con su compromiso social en tanto que agente económico y social que constituye uno de los pilares de la sociedad actual. En este sentido, el compromiso ambiental de las compañías en cada momento podríamos asociarlo con el concepto de solidaridad intergeneracional, aplicable igualmente a las personas físicas, que parte del principio de que el entorno que disfrutamos no es un legado de nuestros padres, sino un préstamo de nuestros hijos que debemos devolverles con intereses, mejorando el que encontramos. Este es un valor social cada vez más apreciado.
La falta de respeto al medio ambiente es algo que sin duda la sociedad nos hará pagar, y aquí aparece la segunda razón que anima a las empresas a respetar el entorno: las presiones crecientes de los clientes –cada día más conscientes y concienciados de las prácticas compatibles con la mejora del entorno natural y menos condescendientes con las agresiones ambientales-, de grupos sociales específicos y cada día más amplios; o de la propia legislación, cada vez más exigente en cuanto a programas de prevención, control y asunción de responsabilidades por los efectos ambientales de las prácticas empresariales.
Y finalmente una tercera razón, que entienden muy bien todas las empresas, es la posibilidad de mejora de su capacidad de competir a través de prácticas compatibles con el respeto y protección del medio ambiente, tanto desde un planteamiento de reducción de sus costes de operación a través de un uso más eficiente de los recursos naturales, como desde la mejora de sus ingresos mediante mejoras en sus cuotas de mercado por captación de nuevos clientes que valoran especialmente ese comportamiento en las empresas, así como a través del aprovechamiento de los recursos naturales como elemento permanente de atracción diferencial, y eso lo conocemos muy bien en nuestra zona, con el turismo como uno de nuestros sectores productivos básicos.