- 5 febrero, 2013
- Publicado por: Enrique Javier Fur
- Categoría: El Círculo
De acuerdo con Joaquín Garralda, profesor del Instituto de Empresa, aunque sea un asunto de especial relevancia en épocas de crisis, la preocupación por los comportamientos éticos de las personas y las empresas es un tema es un tema intrínseco con el buen funcionamiento del mercado. La integridad del directivo, la ética en los comportamientos, genera una confianza que es necesaria para el desarrollo de las transacciones comerciales y de las relaciones profesionales. Confianza que ni los contratos escritos, por muy detallados que sean, pueden sustituir completamente.
Eugenia Bieto, Directora General de Esade, afirma en el documento CEDE La integridad del directivo que “en la función directiva se nos reconoce la integridad cuando actuamos sin división ni doblez (transparencia), cuando intentamos ser auténticos (honestidad) y coherentes con nuestros principios (coherencia). Sin ambigüedad, sin inconsistencia, con congruencia entre lo que pensamos, lo que decimos y lo que hacemos.”
La integridad tiene que ver con la coherencia entre creencia, comunicación y actuación éticas, generando confianza y buscando siempre el progreso conjunto empresa-sociedad. En función de cuán íntegros seamos, más predecibles serán nuestros comportamientos para nuestros grupos de interés (clientes, accionistas, empleados, proveedores, sociedad, …) y esto nos hará ganarnos su confianza. Sin integridad no hay confianza, y si no la hay las relaciones profesionales languidecen, y la empresa no tiene claros visos de continuidad.
La responsabilidad del directivo se extiende no sólo a aquellos grupos de interés sobre los que tiene influencia directa, sino también a aquellos agentes e instituciones con los que negocia, de los que se provee, a quienes contrata o a quienes siguen su actuación, a los que debe exigir reciprocidad.
Entre los múltiples indicadores con que se valora la gestión directiva, la gran mayoría de ellos financieros, echamos en falta, en general, contar con los que nos ayuden a medir cómo estamos gestionando la ética y la reputación en nuestro negocio. Frente a los indicadores tradicionales de volumen, margen y ventas, por citar algunos, tan asentados y fáciles de interpretar, el terreno ético es intangible, no existen indicadores claros y sólo se aprecian los resultados en el medio y largo plazo, frente a la inmediatez de los indicadores tradicionales.
Y sin embargo, la visión de corto plazo de determinados bonus de directivos vinculados a los indicadores financieros, ha sido el polvo que nos ha traído en muchas ocasiones el lodo en forma de crisis, promoviendo malas prácticas que se justificaban y perpetuaban por estar basados en la consecución de objetivos, en el crecimiento rápido y poco planificado. Los escándalos empresariales que hemos visto a lo largo de la historia reciente son reflejo de esta falta de políticas de integridad, o de incumplimiento sistemático de códigos éticos o de conducta.
Por el contrario, un modelo de empresa basado en la construcción de un proyecto a medio y largo plazo, en el control de costes y la inversión selectiva, y en la construcción de relaciones sólidas y éticas con el cliente, con el empleado y con todos los grupos de interés, resulta, además de una fuente sostenible de beneficios, la mejor defensa ante las crisis, que seguirán ocurriendo.
Con frecuencia un negocio éticamente deficiente, es un mal negocio desde el punto de vista económico, solo sostenible en el muy corto plazo pero con muy pocas posibilidades de sobrevivir en el medio y largo.